Cada 22 de abril sirve como recordatorio de que vivimos en un mundo enfrentando problemas ambientales sin parangón. Más allá de las declaraciones oficiales o las promociones pasajeras, la crisis ecológica demanda medidas auténticas, continuadas y congruentes en todos los ámbitos: desde la normativa estatal hasta las prácticas personales. En esta jornada dedicada a la Tierra, el mensaje es evidente: cuidar de nuestro entorno no es una alternativa ni una tendencia, sino una obligación común, persistente y esencialmente política.
A menudo se plantea la pregunta: ¿qué puede hacer una persona común frente a una crisis climática de escala global? La sensación de impotencia ante la inacción de gobiernos y corporaciones puede ser paralizante. Sin embargo, actuar desde lo cotidiano, con conciencia y sentido crítico, es una herramienta poderosa. Las decisiones que tomamos en casa, en el supermercado, al transportarnos o al votar tienen un impacto concreto.
Uno de los cambios personales más significativos está relacionado con la alimentación. Reducir el consumo de productos de origen animal, incluso parcialmente, puede tener un efecto considerable sobre la huella de carbono individual. La ganadería industrial es responsable de una gran parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, además de provocar deforestación masiva y consumir enormes volúmenes de agua. Adoptar una dieta basada en más vegetales, productos locales y de temporada contribuye a un sistema alimentario más justo y sostenible.
La forma en que nos movemos también cuenta. Priorizar el uso de la bicicleta, caminar o utilizar transporte público no solo reduce la contaminación, sino que contribuye a crear ciudades más amables, seguras y habitables. Incluso cuando el uso del automóvil es inevitable, compartir trayectos o agrupar desplazamientos puede significar una diferencia notable. Cada decisión cuenta.
Dentro del hogar, tener un consumo energético responsable es un área fundamental de intervención. Apagar los aparatos que no están en uso, optar por electrodomésticos con alta eficiencia, regular el uso de aire acondicionado o calefacción y, siempre que sea posible, optar por proveedores de energía renovable, son acciones sencillas que tienen un impacto significativo. Estas medidas, aunque comunes, son una forma de activismo silencioso, una «política en zapatillas» que gana momentum con cada individuo que las adopta.
En términos de consumo, la clave está en elegir menos y mejor. El modelo de consumo rápido —especialmente en la industria de la moda— agota recursos naturales y humanos. Comprar ropa de segunda mano, reutilizar, reparar o simplemente consumir con menor frecuencia son formas efectivas de resistir a un sistema basado en la explotación y el desperdicio. Lo mismo aplica a los plásticos de un solo uso: evitarlos siempre que sea posible es un paso vital para proteger océanos, suelos y ecosistemas enteros.
El agua, un recurso que se vuelve cada vez más limitado, también requiere de nuestro enfoque diario. Gestos tan sencillos como cerrar la llave mientras nos cepillamos los dientes o emplear la lavadora únicamente cuando está llena, aunque parezcan pequeños, tienen un impacto acumulativo importante, especialmente en situaciones de escasez de agua a nivel mundial.
Sin embargo, aparte de las iniciativas personales, hay una dimensión esencial y colectiva: el compromiso ciudadano. Proteger el entorno también significa mantenerse informado, educarse, unirse a causas sociales, demandar políticas públicas eficientes, respaldar proyectos comunitarios y emitir un voto informado. No es posible una transición ecológica sin democracia, ni equidad ambiental sin equidad social.
Este Día de la Tierra, lo que se necesita no son más frases inspiradoras o campañas verdes vacías. Se requiere coherencia, compromiso y acción sostenida. Lo que cada persona haga hoy, por pequeño que parezca, puede sumar a una transformación más amplia. No se trata de esperar a que otros actúen primero, sino de asumir el poder de cada gesto cotidiano. El futuro no se hereda pasivamente: se construye, paso a paso, con acciones reales y colectivas.
Porque cuidar la Tierra no es solo un acto ecológico: es una decisión política, una práctica diaria y una urgencia que no admite demoras.